Todo se acaba, los segundos no se retrasan, el tiempo escapa rápido. Mi creatividad también. Día tras día me doy cuenta de que he sufrido del peor mal de todos: la monotonía. Día tras día lo mismo, una rutina, una pauta calculada al milímetro que se cumple siempre. Las palabras se acaban, los trazos, las lágrimas, la vida.
Cuando uno se hunde en un mar de incontinecia, de pensamientos semejantes, de temas semejantes, la vida deja de ser lo mismo. La vida siempre será lo mismo.
No se que pensar acerca de éste comportamiento cerebral, quizás indique que se me acaba el tiempo, que mis neuronas mueren poco a poco y en aumento, que mi vida ha pasado de ser algo a ser nada, que he acabado siendo lo que todos quieren que sea: uno más del montón.